miércoles, 25 de septiembre de 2013

“La bicicleta verde”, una película de Haifaa Al-Mansour (2012)



Ficha técnica:


Título original: Wadjda

Directora: Haifaa Al-Mansour

Género: Drama social

Duración: 98 minutos

País: Arabia Saudí




Sinopsis:

Wadjda, una niña inquieta que disfruta jugando con su amigo Abdullah, pasa los días haciendo cosas que no corresponden a una futura mujer respetable. Cuando ve una bicicleta verde en una tienda de su barrio, decide que ningún obstáculo evitará que sea suya, aunque tenga que aprender a recitar el Corán de memoria para ganar un concurso que su escuela ha organizado y cuyo premio le aportaría el dinero necesario para poder comprarla. Mientras, su madre lucha incansable con los pocos medios de los que dispone contra la humillación pública que supondría que su marido se casara en segundas nupcias con una mujer capaz de darle un hijo varón.



Primer plano:

Si hay algo que valoro especialmente en Sevilla son los cines “Avenida”, en la calle Marqués de Parada, detrás del centro Comercial “Plaza de Armas”. Son cinco salas de “Unión Cine Ciudad” que solo ofrecen versiones originales de películas que, por lo general, los demás cines no tienen el cartel. Este fin de semana me permití el lujo de escaparme un par de horas (o tres) tras aceptar una invitación de las que más me gustan. Las candidatas eran dos y se me permitía elegir entre la colorista Syngué Sabour (traducida al español como La piedra de la paciencia), afgana de 2012, dirigida por Atiq Rahimi, y la aparentemente occidentalizada en cartel Wadjda (La bicleta verde en español), también de 2012, de la directora de arabia saudí Haifaa Al-Mansour. Lo tuve fácil, bueno, vale, no tanto, pero al final me decidí por la segunda. Te estarás preguntando el por qué, ¿verdad? (di que sí, por favor, que si no me estropeas el planteamiento), pues porque me llama poderosamente la atención que este sea el primer largometraje de ficción filmado en Arabia Saudí por un cineasta local que, para más inri, es mujer. En un país en el que no hay salas de cine y en el que la exhibición comercial de películas lleva prohibida tres décadas es un auténtico lujo asomarse a esta ventana entreabierta para echar un vistazo al interior.

La verdad es que no sé muy bien por dónde empezar. Me duele la cabeza de tanto descartar ideas que no hacen ningún bien a nadie, en especial porque la realidad socio-cultural de aquel país es tan diferente a los modos europeos que no me siento capaz de comprender (y, por tanto, de escribir) cómo es posible justificar ciertos comportamientos en virtud de las normas impuestas por una religión, sea cual sea esta. En cualquier caso, sé que no se deben criticar tan a la ligera detalles culturales que no se han vivido en primera persona, sobre todo porque hace mucho aprendí que las sociedades primigenias parten todas de las mismas premisas y que solo el desarrollo intelectual de sus miembros es capaz de diferenciar a unas de otras (aunque a veces ni siquiera eso). Estoy segura de que, en su fuero interno, un individuo del otro lado del planeta podría ser más afín a mí misma que muchos de los que me rodean aunque profesáramos distinta religión, credo o filosofía vital. ¿Qué tal si empiezo asegurando, en este sentido, que Wadjida es un esperanzador alegato a favor de la libertad individual y de la lucha por la dignidad personal? Mejor, ¿verdad?

Wadjda es una preadolescente despierta e inquieta, una pequeña trasgresora capaz de mostrar su amistad de igual a igual con su vecino, sin dramatismos, ajena al oscurantismo que la rodea, viviendo (sí, viviendo) la realidad que le ha tocado en suerte de forma optimista e ingenua. Wadjda sueña con tener su propia bicicleta en una sociedad en la que está mal visto que una mujer monte en una de ellas. Mal visto montar en bicicleta, ¡qué cosas! Sin embargo, fuera de todo pronóstico, la represión moral que sufre la mujer en la escuela, en el vecindario, en la familia, no hace sino impulsarla a conseguir lo que parece imposible. En este marco tan aparentemente sencillo se desarrolla esta película en la que resulta casi mágico sentirse identificado con alguien procedente de una cultura tan diferente a la nuestra y es que el mundo interior de cada ser humano (sus inquietudes, sus anhelos, sus sueños y deseos) no depende del país donde se haya nacido. Sí, definitivamente eso es magia. 

No obstante, si se mira al detalle, con ojos de adulto y con algo de conocimiento, se descubre todo un universo paralelo en el que los absolutismos están a la orden del día. La vida de la madre de Wadjda es un infierno. Como mujer se ve relegada a la invisibilidad más humillante por no poder darle un hijo varón a su marido quien, acuciado por su madre, decide contraer matrimonio con una mujer más fértil que ella. Tres generaciones de mujeres que avanzan a paso de perezoso (aún más lento que la tortuga según dicen) se dan cita bajo un mismo techo. Sorprendente.

El principal mérito de esta producción recae en la forma tan sutil (no alcanzo a saber si voluntaria o forzada) como compleja con la que la directora expone la realidad social de un país extremista que relega a la mujer al rol de paridora de una casta de hombres que ofrecen al mundo un progreso banal (fundamentalmente arquitectónico y superficialmente ostentoso) bajo la atenta mirada del régimen islamista que exige por ley que todos los ciudadanos sauditas sean musulmanes. Casi todo es predecible en esta película, pero no importa demasiado. La emotividad que derrocha cada fotograma compensa con creces las carencias de una directora inmersa en una sociedad ultraconservadora en la que las mujeres aceptan sin rechistar las normas que les son impuestas. Como ya sabes este es el cine que me gusta, el que no tiene mayor pretensión que dar una sencilla lección de vida. Wadjda, una película con nombre propio, como no podía ser de otra manera, de mujer.



Plano subjetivo:

Hoy tenía ganas de escribir, lo que en términos generales se podría traducir como que me apetecía charlar con alguien que no termine sus diálogos cantando “ia-ia-o” y a quien no tenga que sobornar con ositos de gominola para que me haga un poco de caso. 

Hoy me habría apetecido una tarde de charla, de confesiones, de pelo revuelto por el agobio, de enredos que me hicieran reír, pero... a falta de pan... buenas son las bicicletas.

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