domingo, 8 de septiembre de 2013

“Ponette”, una película de Jacques Doillon (1996)


Ficha Técnica:


Título original: Ponette

Guion: Jacques Doillon

Género: Drama

Duración: 90 minutos

País: Francia




Sinopsis:

La madre de Ponette muere en un accidente de tráfico. Su padre, roto por la pérdida, deja a la pequeña al cuidado de su tía materna y en compañía de sus primos para que le alivien el trance. Sin embargo Ponette, incapaz de comprender la ausencia definitiva de su madre, comienza a mantener con ella largas conversaciones.


Primer plano:

Ponette es un drama infantil de mediados de los noventa dirigido por Jacques Doillon que sorprendió a la crítica internacional por la sólida interpretación de la protagonista, Victoire Thivisol, una niña de tan solo cuatro años. Desde el punto de vista técnico, sin ser yo una entendida en estos menesteres, la película está enfocada desde los ojos de un niño y, como tal, ofrece esa magia especial de los planos cortos, reduciendo el campo de observación a su visión y a su estatura. Todo avanza poco a poco, al ritmo que impone la protagonista, al ritmo pausado al que la niña intenta acostumbrarse a la pérdida de su mamá. Todo es tan humano como doloroso en Ponette, que proyecta en una hora y media la inocente odisea de una pequeña de cuatro años que mantiene viva la ilusión de reencontrarse con su madre fallecida pese a los esfuerzos de su entorno por hacerla reaccionar. Ante tan desolador panorama, su padre apenas se implica en su deriva emocional para evitar sentir el mínimo dolor por la pérdida de su mujer. Su tía recurre a la religión para acallar sus preguntas con absurdas promesas de resurrección. Los niños del colegio la culpabilizan a ella de la muerte de su madre, mientras su primo pequeño es demasiado manipulable para servirle de apoyo. Nada consuela a Ponette salvo la incrédula esperanza de un próximo reencuentro con su madre. Por eso, con un arrojo impropio de alguien de su edad, decide ir al cementerio, a la tumba de su madre, para escarbar la tierra con sus propias manos rogando su vuelta. Al final su voluntad se impone con total naturalidad, a medio camino entre la realidad y la fantasía propias de una mente infantil tan inquieta como la de Ponette.

Lo cierto es que esta no es una película de culto, ni siquiera una de esas reservadas para una selecta minoría que se reúne cada año alrededor del fuego para comentar sus trilladas impresiones. No, créeme. Sin embargo, Ponette no solo se deja ver, sino que llega a conseguir hacer familiar esos claroscuros que la caracterizan. Cada uno es dueño de escribir su historia con más o menos retórica aunque, a ojos del resto de la humanidad, la verdad solo tenga un camino.



Plano subjetivo:

Septiembre avanza imparable sobre el calendario. Devora cada página con el ansia acumulada en época de hambruna. Las calles respiran de una manera distinta, algo más infantil e ingenua, mientras los padres nos dejamos un riñón y parte del otro en el inicio del curso escolar.

El lunes me tocó ir al nuevo colegio de mi hijo, el “de los mayores”. No tengo mucha experiencia en estos temas... bueno, mucha no, ninguna, así que me presenté allí con cautela. Dos filas, una para secretaría y otra para la compra de libros y material. Evito detalles escabrosos que perjudican seriamente el bolsillo de las familias y me sumerjo en la descripción de la fauna del entorno. La fila de secretaría estaba formada por las madres de alumnos matriculados en el centro en cursos anteriores. La otra, por las madres de los nuevos alumnos, los de tres años. Allí me coloqué yo, más guiada por la edad de los pequeños que se arremolinaban en esa zona que por mi intuición. Todas permanecíamos expectantes, sonrisa va, sonrisa viene, mientras nuestros hijos no precisaron mayor presentación que unas carreras sin rumbo definido al estilo Forrest Gump. Entonces llegó ella. Siempre creí que sería él, pero no, era ella, un monstruo de tres años cuya carta de presentación era un empujón. Ni una palabra, ni un gesto de aprecio. El Atila de la Educación Infantil, por donde ella pasaba solo se escuchaban llantos. ¡Ay, dios! Cruzo los dedos a la espera de que, cuando comiencen las clases, mi hijo tenga buen criterio a la hora de buscar compañía porque, con sinceridad, la madre de esa niña y yo jamás haremos buenas migas. ¿Cómo puede decir con tanta tranquilidad que el comportamiento hostil de su hija hacia los demás compañeros es “cosa de niños”? ¿Golpear es cosa de niños? Si mi hijo hace gala de ese comportamiento injustificado con cualquiera, se lleva una buena charla de esta que escribe además del correspondiente castigo. Venga ya, ser tan pasiva en esas cuestiones supone maleducar, lo quiera ver ella o no. En fin, en una semana dejo a mi hijo indefenso a expensas del mundo real, ¡horror!

Guillermo hace rato que duerme. Voy y vengo de su habitación al antojo de mi infinita necesidad de él. Lo miro en silencio, casi sin respirar, no sea que mi osadía interrumpa su sueño. Me aterra pensar qué sería de su vida sin mí. ¿Quién le contaría sus dos cuentos preferidos cada noche, uno tras otro? ¿Quién se recostaría a su lado en su camita de un metro sesenta por setenta centímetros hasta que le rindiera el cansancio? ¿Quién mantendría ordenada su colección de trenes de “Chuggington” y quién a buen recaudo sus diminutos coches de Cars? Mi estómago se reduce al tamaño de una nuez al intentar buscar una respuesta a cada una de mis preguntas porque, en realidad, lo que me aterra de verdad es imaginar mi vida sin él. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario